LA DOBLE MORAL DEL ESTADO AMBIENTAL COLOMBIANO
Como si se tratase del episodio bíblico del apocalipsis, en las últimas décadas varias corporaciones internacionales y científicas han anunciado un “fin del mundo” caracterizado por la propia acción del hombre. Dicho periodo, ha sido denominado por muchos como el antropoceno: “época en la que las actividades del hombre empezaron a provocar cambios biológicos y geofísicos a escala mundial” (Unesco, 2018). Por ello, la Organización de las Naciones Unidas junto con diferentes Estados, a fin de impedir las constantes perturbaciones al medio ambiente, concertaron pactar compromisos en una agenda mundial que se designa como Objetivos de Desarrollo Sostenible.
No obstante, coexiste con las obligaciones enunciadas, prácticas que son antagónicas frente al itinerario definido por las Naciones alrededor del mundo. Particularmente, una de las más rememoradas en el contexto del territorio colombiano es la fracturación hidráulica (Fracking), en virtud de la cual se ha suscitado un debate por la pretensión del Ejecutivo de iniciar proyectos de minería de tal categoría, sin embargo, son muchas las instituciones que han impugnado la ejecución del método en cuestión, debido a los nocivos efectos que ello produciría sobre los ecosistemas del país: “Las consecuencias para la salud, la contaminación de agua, la devastación del medio ambiente y los terrenos, permite conceptuar que no es buena la aplicación de esta técnica, (…) con el tiempo habría una pobreza extrema en todas las ciudades y pueblos que pertenecen a ésta región, (…)” (Arias, 2019, pág. 20).
Lo anterior, supone transgredir los Objetivos de Desarrollo Sostenibles trazados, así como también los preceptos establecidos en el artículo 8º de la norma superior, habida cuenta que ello va en detrimento de metas como acción por el clima, ecosistemas terrestres, fuentes de agua y saneamiento, entre otras. El desarrollo sostenible: “implica límites - no límites absolutos, sino limitaciones que imponen a los recursos del medio ambiente el estado actual de la tecnología y de la organización social y la capacidad de la biósfera de absorber los efectos de las actividades humanas.” (Brundtland, 1987, pág. 23).
Ciertamente, es menester comprender que estamos lidiando con insumos naturales irremplazables. La infraestructura natural del país es un capital para el progreso, por consiguiente, el desarrollo económico y la conservación ambiental deben ser vistos como elementos compatibles e interrelacionados que requieren de la armonía y la existencia recíproca.
En conclusión, como quiera que todo lo que involucra al medio ambiente es de efecto erga omnes, hemos de exhortar a nuestros Gobernantes a que se conviertan en arquitectos de una sociedad más justa y próspera en términos sociales y económicos con observancia a los límites que la misma naturaleza nos ha impuesto.
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